Wednesday 1 May 2019

TRATADO DE TANATOSIS
El mimetismo y la cripsis, adopción del colores y geometrías del entorno, son propiedades del mundo animal desarrolladas para escapar a los predadores. Otra, en el mismo contexto de supervivencia, es la tanatosis (o pseudocidio), es decir, la simulación de la muerte. En presencia del predador, el individuo adopta una postura inmóvil, cadavérica, inerte, minimizando cualquier indicativo de vida, reduciendo la respiración al mínimo, ya veces, incluso, emitiendo olores intensos que evocan las de la carne en descomposición. La mimesis es vuelve así, sensorialmente completa. Hacerse el muerto no parece fácil; hay que convencer a los predadores, a priori y con pocas herramientas, de la futilidad de un posible ataque. ¿Es este acto mimético un ejemplo de actuación sublime, de control afectivo impecable, de método interpretativo por parte de la presa? Claramente sí. Como acto de teatralidad etológica, podríamos hablar pues de una artística de la tanatosis. ¿Podría ser estéticamente complaciente adoptar un talante de inmensa pasividad y abandonarse de manera física, emocional y metabólica, permitiendo la gravedad tensar el cuerpo contra el suelo? Hay buenos actores de tanatosis? ¿Y malos? Si es así, los malos y poco creíbles mueren devorados durante las actuaciones fallidas.
Animémonos ahora a explorar la
tanatosis en nuestra especie. Pidamos a los modelos hacerse el muerto ante un fotógrafo, en diferentes entornos que permitan además, una buena dosis de cripsis. Generamos así un tratado actoral de tanatosis humana, donde diferentes estilos y formas de entender el desfallecimiento quedan reflejados de una manera estética, y muy probablemente con diferentes grados de credibilidad. ¿Cuál de los modelos es el más convincente, quién es el ganador, a ojos del espectador, que ocupa ahora, involuntariamente, el lugar del predador? Quien desafía con más verosimilitud el reto? Quizá sin una amenaza inmediata (al menos aparente), hacerse el muerto puede ser sencillo, lúdico y gratificante. E incluso, porque no, liberador. Pero hay que tener cuidado; ejecutar este ejercicio demasiado a menudo, como un juego, podría llevarnos a una cronificación perversa y recurrente de esta escenificación, y convertirnos en muertos vivientes vocacionales. Habría que buscar entonces un nombre para este nuevo mal, y también, claro, una vacuna o una cura, o incluso, lo más angustioso, desarrollar una interpretación política.


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