TRATADO DE TANATOSIS
El
mimetismo y la cripsis, adopción del colores y geometrías
del entorno, son propiedades del mundo animal desarrolladas para escapar a los
predadores. Otra, en el mismo contexto de supervivencia, es la tanatosis (o pseudocidio), es decir, la simulación de la
muerte. En presencia del predador, el individuo adopta una postura inmóvil,
cadavérica, inerte, minimizando cualquier indicativo de vida, reduciendo la
respiración al mínimo, ya veces, incluso, emitiendo olores intensos que evocan
las de la carne en descomposición. La mimesis es vuelve así, sensorialmente
completa. Hacerse el muerto no parece fácil; hay que convencer a los
predadores, a priori y con pocas herramientas, de la futilidad de un posible
ataque. ¿Es este acto mimético un ejemplo de actuación sublime, de control
afectivo impecable, de método interpretativo por parte de la presa? Claramente
sí. Como acto de teatralidad etológica, podríamos hablar pues de una artística
de la tanatosis. ¿Podría ser estéticamente
complaciente adoptar un talante de inmensa pasividad y abandonarse de manera
física, emocional y metabólica, permitiendo la gravedad tensar el cuerpo contra
el suelo? Hay buenos actores de tanatosis? ¿Y malos? Si es así, los malos y
poco creíbles mueren devorados durante las actuaciones fallidas.
Animémonos ahora a explorar la tanatosis en nuestra especie. Pidamos a los
modelos hacerse el muerto ante un fotógrafo, en diferentes entornos que
permitan además, una buena dosis de cripsis. Generamos así un tratado actoral
de tanatosis humana, donde diferentes estilos y
formas de entender el desfallecimiento quedan reflejados de una manera
estética, y muy probablemente con diferentes grados de credibilidad. ¿Cuál de
los modelos es el más convincente, quién es el ganador, a ojos del espectador,
que ocupa ahora, involuntariamente, el lugar del predador? Quien desafía con
más verosimilitud el reto? Quizá sin una amenaza inmediata (al menos aparente),
hacerse el muerto puede ser sencillo, lúdico y gratificante. E incluso, porque
no, liberador. Pero hay que tener cuidado; ejecutar este ejercicio demasiado a
menudo, como un juego, podría llevarnos a una cronificación perversa y recurrente de esta
escenificación, y convertirnos en muertos vivientes vocacionales. Habría que
buscar entonces un nombre para este nuevo mal, y también, claro, una vacuna o
una cura, o incluso, lo más angustioso, desarrollar una interpretación
política.
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